El huracán quiso tragarse la montaña, las evidencias estaban ahí en sus paredes dibujadas por las garras, en los árboles caídos, en los techos que saltaron al aire, en los aterradores efectos de toda la gente y los animales.
Por Tony Rodríguez
REPÚBLICA DOMINICANA.- Las
huellas de Erik Ekman aún surcan la cordillera del pico más alto de Las
Antillas. El descubridor de la flora dominicana vino de lejos, en misión como
botánico desde Suecia, pero más que a República Dominicana estaba asignado a
Brasil, Cuba y La Española.
Erik Ekman |
Un ambiente completamente
selvático cubría la montaña llamada Cordillera Central, con su aneroide el
científico sueco iba midiendo la altura de La Pelona Grande, nombre que
precedió al de Pico Duarte, que en honor al padre de la patria dominicana
bautizaron los legisladores. Allá, en lo
más alto, donde hoy está sembrado el busto de Juan Pablo Duarte y la bandera
tricolor, la altura es de 3,098 metros sobre el nivel del mar.
Durante tres años de
labor en territorio dominicano, Ekman pudo descubrir miles de especies, las
cuales iba registrando en sus cuadernos, con la intención de presentar al mundo
un esbozo de la diversidad natural presente en el Caribe y otros lugares por
los que anduvo. Pero la muerte lo
sorprendió aquí, a los 47 años, quedando su cuerpo atrapado en la isla, sin
oportunidad de regresar a Estocolmo, su ciudad.
Su registro alcanzó a
nombrar más de 16,500 especies herbarias en el habitad que comparten Haití y
República Dominicana. Estos hallazgos
están depositados en el Museo Nacional de Suecia.
Un dato que muchos
ignoran, el Pico Duarte está ubicado en la provincia La Vega, al que pertenecen
los municipios Jarabacoa y Constanza.
Tras el paso del huracán
George en septiembre de 1998, fui asignado como reportero del periódico El Nacional,
a hacer una relación de los daños dejados por el fenómeno atmosférico y de la
condición emocional y material de las comunidades ubicadas entre Jarabacoa y
Constanza, donde por una noche, quedó literalmente atrapado el ciclón.
Fue la noche en que
George se perdió a los radares, pareció morir la tormenta, cuando la realidad
fue que atormentó las paredes de las montañas, rasgó al extremo de que sus
garras eran evidentes al segundo día de su ida.
La misión integrada por
fotógrafo, chofer y reportero se desplazó por el camino de Jarabacoa. Ríos desbordados en todo el trayecto, árboles
caídos, comunidades que no salían del asombro.
El trayecto hacia
Constanza debía hacerse por dentro, como le llaman a la carretera que une a
este municipio con Jarabacoa, varios puentes se habían caído, entre ellos el
que atraviesa sobre el río Tireo, por la vía principal.
Los árboles aún reposaban
desnucados en la carretera, entonces sin asfalto. No bastaba lo obsoleto del
camino, sino la cantidad de obstáculos que se sumaron por los destrozos del
huracán. Avanzamos limpiando a manos
peladas, como obreros municipales, como socorristas voluntarios, como
aventureros extremos.
Los testimonios de
lugareños indicaban que el ciclón chilló durante la noche en que quedó
atrapado, que por ratos callaba, y volvía a gruñir. Un ambiente de oscuridad eterna, las montañas
bailando las danzas del viento, la música soplada y silbada y la perturbación
interminable de toda la gente que esa noche no durmió.
El huracán quiso tragarse
la montaña, las evidencias estaban ahí en sus paredes dibujadas por las garras,
en los árboles caídos, en los techos que saltaron al aire, en los aterradores
efectos de toda la gente y los animales.
El tiempo lo cura todo
con olvido. Si la memoria de
generaciones acepta despojarse de aquellas historias conmovedoras de gente que
ya murió, de adolescentes que ya son abuelos, de campesinos que abandonaron el
campo y asumieron la memoria urbana.
El legado de Erik Ekman
prevalece, no solo en las montañas, sino en toda la isla y en un mundo global
que todo lo divulga y nada oculta.
El huracán George dejó
sus huellas en mismos lugares, pero la naturaleza paga sus daños, y el mundo
volvió a ser verde, y los herbarios crecieron para homenajear al botánico que
decidió nombrar la flora dominicana y descubrir la altura de La Pelona Grande,
y dejarse morir aquí para que su grandeza sea parte de nuestra historia.
0 comentarios:
Publicar un comentario