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martes, 26 de marzo de 2013

SEMANA SANTA DÉCADAS ATRÁS


Por Eugenio Taveras

Décadas atrás supe darme buenos chapuzones en ríos y mares, hoy, la situación está tan difícil que me abrogo el derecho de acudir a ninguna cosa con el nombre de playa, ya se trate de río o mar, sencillamente, la situación está color de hormiga y le tengo un pánico a los vivos, como el Diablo a la cruz, que de forma desaforada pululan por todo el territorio, aunque tampoco sé el porqué Satanás le tiene miedo a dos bloques en madera, clavado uno con el otro, o a dos bloques de cemento, mármol, hierro o lo que sea; como tampoco sé si eso es verdad, y es un simple invento de la humanidad para dar a entender que en algo hay que creer y que a algo debemos respetar, porque de una cosa sí estoy seguro:  el bien y el mal existen, nombrando al bien como DIOS y al mal como el DIABLO. 

Hoy recuerdo con rabia, pique y, al mismo tiempo, con nostalgia, aquellos años de mi niñez cuando los VIERNES SANTO MUY TEMPRANO mi madre nos ordenaba que teníamos que ir al río a bañarnos, buscar un galón o lata lleno de agua, sin mirar hacia atrás en ningún momento y volver a la casa sin pronunciar una palabra (mudos), porque si abríamos la boca el agua perdía el sentido de santa, ya que  luego ese líquido era llevado a la iglesia para que el padre o sacerdote de la parroquia la bendijera.  Una gran estupidez que tuvo un valor incalculable en la formación de mi generación y que hoy, estos días se han convertido en festivos, cuyas juergas superan con creces a las fiestas navideñas, que es mucho decir.

La cosa no termina en ese párrafo.  La infracción de los mandatos de los viejos eran pagados muy caros, porque podíamos estar seguros que el domingo después de la resurrección nos daban cuantos tablazos eran necesarios, en consonancia con los errores cometidos y que a los viejos le parecieron un irrespeto a la muerte, pasión y resurrección de Jesús, un mortal-inmortal que cometió el error de dejarse crucificar por un mundo tan malvado, que pasado dos mil años ha hecho lo indecible por sucumbir y con poco esfuerzo lo va a lograr, no muy tarde. 

En aquellos días, por ejemplo, el jueves santo después de las doce del mediodía no podíamos hablar en voz alta, no podíamos pelear, a las hembras no la peinaban, no se podía barrer, no podíamos volver a bañarnos, no juego de bolitas o bellugas, nada de tirar piedras a las aves; cero pilar arroz, café, nada; el ajo y todo lo que hubiera que utilizar para la comida había que prepararlo antes de esa hora; no se podía comer carnes, pero sí pescados y huevos (cosa que nunca entendí, porque también contienen sangre), en fin, saque usted sus propias conclusiones, estas son algunas pinceladas de ese pasado vivido bajo las creencias de entonces y el terror de unos padres que no daban sus brazos a torcer cuando se trataba de respetar las penurias de Jesús.  

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